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Carlos Peña hace pebre a los wokes en brillante columna (donde también le pega al FA)

El abogado cuestionó la "sesibilidad woke" que, afirma, existe hoy en la política nocional.

2:17 PM 24-03-2024

📘 En una reciente columna, Carlos Peña critica duramente la corriente woke dentro del gobierno, apoyándose en el libro de Susan Neiman, La izquierda no es woke. Peña argumenta que los discursos woke han inundado la esfera pública chilena, distorsionando la noción tradicional de ciudadanía.


💬 "El término woke, explica Nieman, describe una sensibilidad exagerada que inundó el espacio público desde la caída del muro, consistente en detectar abusos, maltratos, trampas y timos en casi todos los rincones de la experiencia social", detalla Peña en su texto.


🤔 Según Neiman, el woke transforma la política en una suma de intereses particulares, dejando de lado la visión de ciudadanos con derechos iguales. Peña destaca esta percepción como una desviación significativa de los principios izquierdistas tradicionales, enfocándose en la política de identidad.


🌐 Peña señala que el woke, al afirmar la existencia de múltiples racionalidades culturales, desafía la noción de un discurso racional universal. Este enfoque, dice, se aleja del método racional defendido históricamente por la izquierda para resolver conflictos sociales y políticos.


🔴 "La noción de ciudadano escondería multiples identidades: hombre, mujer, indio, vegano o lo que fuera que siempre encontrará algo que lo discrimina o lo hiere. Es fácil recordar cómo esa sensibilidad —a cuya luz en vez de reclamar la ciudadanía se prefería ser víctima y a partir de ahí reclamar derechos— inundó la esfera pública chilena", afirma Carlos.

La crítica de Peña también aborda cómo el woke percibe el tiempo, rechazando tanto el pasado como el futuro en favor de un presente nómada. Según él, esta visión contradice la creencia izquierdista en el progreso y la capacidad de construir un futuro mejor mediante la racionalidad.


🗣️ "Para quienes son portadores de esa sensibilidad, las cadenas de la temporalidad se habrían roto: no seríamos portadores del pasado, puesto que podemos rechazarlo rompiendo y profanando todo lo que lo conmemora, y tampoco seríamos aspirantes al futuro. Los portadores de la cultura woke rechazan el ahorro y el sacrificio porque ellos son nómades del presente", acusa Peña en Emol.


🔍 Carlos Peña compara las críticas al universalismo hechas por el woke con las del conservadurismo histórico, encontrando irónicas similitudes. Subraya cómo el debate constitucional chileno reflejó esta tensión, alejándose del ideal de ciudadanía universal hacia la fragmentación identitaria.


📚 Al concluir, Peña afirma que el libro de Neiman es un recordatorio crítico para el Frente Amplio y el gobierno, argumentando que abrazar el woke por entusiasmo o ignorancia desvía a la izquierda de sus raíces. La columna sirve como una llamada de atención sobre los riesgos de perder el enfoque en intereses comunes y la racionalidad en el discurso político.

Lee la columna de Carlos Peña


Esta semana ha estado en Chile Susan Neiman quien presentó su libro La izquierda no es woke. Si no se supiera que Nieman es una brillante filósofa que trabaja en Alemania y que escribe en inglés (algunos de sus libros son los mejores de su disciplina), el lector podría imaginar que el libro ha sido escrito en Chile, como una reacción frente a algunos discursos gubernamentales.
Es que esos discursos revelan una sensibilidad woke.
El término woke, explica Nieman, describe una sensibilidad exagerada que inundó el espacio público desde la caída del muro, consistente en detectar abusos, maltratos, trampas y timos en casi todos los rincones de la experiencia social. Por debajo del discurso de la democracia liberal, sugiere esta sensibilidad, se colaría una trampa engañosa que quiere hacernos olvidar las múltiples formas de injusticia que sin darnos cuenta padeceríamos. Así, la sensibilidad woke multiplicaría las víctimas: la noción de ciudadano escondería múltiples identidades —hombre, mujer, indio, vegano o lo que fuera— que siempre encontrará algo que lo discrimina o lo hiere. Es fácil recordar cómo esa sensibilidad —a cuya luz en vez de reclamar la ciudadanía se prefería ser víctima y a partir de ahí reclamar derechos— inundó la esfera pública chilena.
Esa sensibilidad, cuando se la examina desde el punto de vista conceptual, se manifiesta en tres dimensiones, explica la profesora Nieman.
La más evidente es la política de la identidad. Allí donde la izquierda solía ver ciudadanos con iguales derechos (y donde Marx pensaba que había una clase universal, el proletariado, que al liberarse liberaría a la humanidad) la sensibilidad woke ve sujetos constituidos a partir de circunstancias específicas. El género, la etnia, incluso las particularidades neurológicas, darían lugar a individuos que serían radicalmente diferentes unos de otros careciendo a fin de cuentas de intereses comunes. La vida social sería un mosaico plural de sujetos inconmensurables unos con otros cada uno empuñando intereses distintos. La política no sería universal, sino la mera suma de esos intereses parciales.
Por otra parte, la racionalidad sería un producto cultural. Habría racionalidades múltiples y bien mirado, sugiere el wokismo, cada cultura tendría la suya conformada por una particular cosmovisión que si bien pudo ser aplastada por la racionalidad europea (como habría ocurrido a las culturas indígenas cuya cosmovisión sería equivalente a la de la ciencia occidental) sobreviviría en el subterráneo de la cultura hasta que la sensibilidad woke vino a despertarla. La universidad y la escuela, piensa el wokismo, esparcirían esa racionalidad las más de las veces patriarcal, eurocéntrica, etcétera, mediante el mecanismo oculto del currículum.
En fin, la cultura woke tendría una particular vivencia del tiempo. Para quienes son portadores de esa sensibilidad, las cadenas de la temporalidad se habrían roto: no seríamos portadores del pasado, puesto que podemos rechazarlo rompiendo y profanando todo lo que lo conmemora, y tampoco seríamos aspirantes al futuro. Los portadores de la cultura woke rechazan el ahorro y el sacrificio porque ellos son nómades del presente.
Todas esas ideas —basta retroceder un poco para darse cuenta de la forma en que inundaron la esfera pública chilena— no son de izquierda, explica Nieman, sino que son otra cosa y a veces, aunque suene sorprendente, son en realidad de derecha.
El caso más obvio es el de las identidades. El conservadurismo siempre sostuvo que los seres humanos éramos producto de una particularidad —la etnia, la familia, la nación— y que la universalidad carecía en realidad de sentido. Son famosas las palabras de De Maistre cuando se opuso a los ideales de 1789: “No hay hombre en el mundo. En mi vida he visto franceses, italianos, rusos, etc.; incluso sé, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa: pero, en cuanto al hombre, declaro que no lo he conocido en mi vida; si existe, es sin que yo lo sepa”.
Lo irónico es que parte del wokismo podría decir lo mismo. No he visto al ser humano (se oía en el debate constitucional) he visto mujeres, mapuches, gays, lgbt, veganos, pero no simples seres humanos o ciudadanos. Todo un eco de De Maistre.
Y la izquierda, desde luego, siempre ha creído que el diálogo racional nos permite distinguir los intereses que son merecedores de reconocimiento y cuidado de los que no lo son. La izquierda ilustrada sostiene que hay un método —la razón— para configurar el mejor modo de vivir y no ha creído, como lo cree el wokismo, que el diálogo y el debate son una mera puesta en escena, un pretexto o un disfraz para esconder la lucha de intereses o el poder. Hay intereses, por supuesto; pero el debate racional nos permite saber si merecen ser promovidos o no.
Y, en fin, concluye Nieman, la izquierda cree que progresamos y en vez de estar atrapada en un eterno presente que rechaza el pasado y olvida el futuro, confía que la racionalidad humana es capaz de elaborar un ideal normativo que trascienda la realidad y oriente el quehacer político. En vez de las ensoñaciones del wokismo, la izquierda ilustrada estira la reflexión racional para, a partir de la realidad que tenemos ante los ojos, construir un día a día mejor.
Al cerrar este libro brillante y provocador (que parece escrito para alimentar el debate en Chile) es imposible no recordar el wokismo del Frente Amplio. Afortunadamente vino Susan Nieman a explicar al Gobierno, al Presidente y a las fuerzas que lo apoyan, que no, que la izquierda no es woke.
O, si se prefiere, que se puede ser woke o por entusiasmo o mera ignorancia abrazar el wokismo; pero que en tal caso no se es, en modo alguno, de izquierda. (El Mercurio)


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